miércoles, 13 de julio de 2011

El laberinto del fauno

Censurar por convenencia ya no es mi estilo. Por eso decir que no lo recuerdo es ponerse a mentir. La realidad es que uno es la sombra de los días soleados que fue.

Hay pensamientos bonitos acerca de usted, que se han enmohecido de tanto estrujarlos y cada vez que les doy salida, me causan esta especie de alergia, que me pone la nariz y los ojos rojos.

La pura verdad es que fui feliz, no sé cuánto grado de ficción contendría tal estado, probablemente le inventé ilustres cualidades, pero otras estoy segura que se las palpé de cerca, se las olí, las guardé. Y me atreví a ser alegre junto a usted en los tiempos de guerra.Creí, cuando la moda es ser incrédula.

Amarse frente a la repugnancia, el dolor y la impotencia, es de valientes. Coagular ideas de muerte y venganza, mientras se pone toda la energía en cómo conservarse calientito, cuando afuera todo es hielo, es extraterrenal...conservé de usted sólo lo mejor, trivialidades quizá, pero me hacían volar alto. Le juro, antes de que cayera la bajeza gradual, sentí estar a unos grados de tocar el cielo.
Mujer que murmura, vacila y resiste. Esa fui yo antes de que llegáramos al mismo supermercado, a la misma casa y después a la misma cama. No tenía caso contenerse.
He pensado en que es más la risa que la molestia lo que usted me causa, su cobardía de niño asustado, su tendencia de configurar su ahora a partir de saberse bicho atrapado dando vueltas sobre el mismo sitio, poniendo obstáculos donde hay salidas. Su tendencia a difuminarlo todo para justificarse.
Después de todo he tenido ganancia, en medio de sus laberintos pude ser una niña transparente e imaginativa que no le temió ni le teme a lo monstruoso y que fue capaz de encontrar nuevas rutas a paisajes viejos y repetidos que, por supuesto, se encuentran lejos de usted.