lunes, 7 de octubre de 2013

Del por qué quiero ser peluquera

Hace unos días gracias a  una fotografía, recordé.

Desde pequeña me gustaba peinar a la gente. De los pocos castigos físicos que recuerdo me propinaron, al menos 2 de ellos fueron por poner todas las muñecas de mis hermanas "chiricanas", es decir, les volé el pelo a todas.

Paz fue mi mejor guía vocacional. Era una abuelita bajita, con el pelo negro que le bajaba por la cintura y el carácter fuerte que le subía por las cumbres de sus cejas. La única a la que podía peinar por horas, sobretodo cuando estaba ya más viejita y el tiempo y la soledad se estiraban.

Compartíamos momento favorito del día, tres mañanas por semana, al ser las 9 a.m., viendo Mister Ed, el caballo que habla, yo,  la desenredaba. Lo hacía gustosa, sin entender hasta mucho tiempo después el secreto. Con los nudos poco a poco bajaban también sus memorias.

Fue así como en una mañana le desenredé la historia de Danilo, su hijito muerto. Pocas veces vi llorar a esa mujer tosca, salvo cuando se le escapaba hablar de Danilo o de Catarina, su madre, guerrera implacable que sufrió sólo una derrota. Lo más triste es que su historia, que de alguna manera es la mía también, siga siendo inaccesible gracias a una familia donde la amnesia ha sido un problema genéticamente eficaz. Mi familia a veces se parece a los países post guerra.

Mientras yo pacientemente bajaba el peine, ella cerraba los ojos y entonces venía el relato. A Paz le gustaba que luego de cepillarla y cuanto ya me había arrojado- como semillas- sus memorias, la trenzara. Ahora pienso que como una suerte de amarrarse nuevamente los recuerdos y cargarlos sobre ese pelo oscuro y fuerte que erguía su espalda, recuerdos largos como sus años que le tomaba poco más de 2 horas relatarme.

A veces me lamento de que los restos de memoria resbalando de aquel peine verde agua no cayeran en tierra fértil, pues yo, su peluquera de cabecera, resulté ser una desmemoriada confidente. Paz confió demasiadas cosas importantes a una guardiana que con escasos 8 años ya aplicaba el secreto profesional como una experta. Si era de otro y dolía, lo archivaba en las cosas de no recordar de forma instantánea... mejor dicho, olvidaba lo que se había generado en ese ritual-desenredo, por respeto o por defensa, como han de hacerlo las peluqueras.

No quisiera citar nada bíblico pero todos sabemos la historia de Sansón. El pelo como sinónimo de fuerza es una metáfora que me gusta mucho. Fuerza: árbol: memoria. Planta. Por eso creo que al pelo hay que podarlo para que crezca bonito, a veces, cuando los recuerdos ya han marchitado todas las ramas, no queda más que cortarlo de raíz y esperar que renazca.

Esperar. Los procesos. La Paciencia. Si eso no es fuerza, no sé qué será. Por lo pronto espero que en este proceso, los recuerdos me broten renovados, como estos pelitos creciendo nuevos cerca de la frente.