viernes, 28 de febrero de 2014

Milton

Cuando la Rabia consumió a Milton, él estaba seguro que había que hacer un entierro.

Cavó un hoyo en la tierra, hondo, hondo.... hondo como su deseo de venganza que tenía nombre, fecha, hora, rostros arebatados y responsables identificados. Papá inconsciente en el suelo, mamá golpeada, hermanos torturados, hermana ultrajada, muerta. Todo como un flashback frente a sus ojos. Un día de diciembre. El día de su cumpleaños. Todos los días de su cumpleaños. Miedo fuerte, impotencia gigante, permanente impunidad.

Milton se metió en el hoyo. Se acostó en él durante algún tiempo, y ya cuando  había tomado la decisión de darle el último adiós a esa cinta dolorosa, enterrarse por fin con su tristeza, Milton decide cambiar el rumbo.

Su venganza, fue demostrar que la voluntad resiste a todo, incluso a la muerte y que la memoria por más que dolorosa, no debe ocultarse nunca, porque es diciendo las violencias, las traiciones, los dolores, como en un mundo de amnésicos, poco a poco, el recuerdo repara.

Su papá había dejado algunos almácigos listos para ser transplantados. Milton hizo una tregua con la muerte y decidió plantar tres: uno de tomates, uno de naranjas, uno de frijoles pintos, uno por cada muerto, uno por cada desaparecido. "Vivirán o habré perdido mi tiempo" y fue con su rabia ya enterradita que Milton descubrió su propio milagro.

De la rabia germinaron tomates, naranjas y frijoles pintos. Cada año Milton se disponía a cosechar los frutos producto del terror con una necesidad de justicia tan rotunda y la esperanza de que poco a poco el dolor mute en algo mejor.  Está seguro que una vez que logre contar su historia algo germinará. De repente, en quienes le escuchamos el coraje nos brota como una matita.

Milton, tu historia es semilla que me crece dentro. A tu historia, regada con tus lágrimas y las de todos nosotros le han nacido retoños, sos un árbol fuerte que ampara mi propia historia, historias como la tuya y la de cientos de troncos sabios que generosos me la comparten como vos, sostienen mis raíces.

De vos aprendí que cada cada vez que esté triste, puedo sembrar algo. Lo sembraré esperando ver cómo de mí brotan tiempos mejores, con paciencia veré crecer algo distinto al dolor, cultivaré la tierra y los frutos de ese tiempo me curarán. Te recordaré siempre que siembre, Milton, y agradeceré tu secreto compartido. Tus reflexiones sobre lo que cura la tierra son mi inspiración, tus palabras se quedarán conmigo para siempre, nunca pude decírtelo de frente porque al conocer tu historia, al igual que vos, yo también perdí la voz, pero hoy te lo escribo, y te dedico la canción de la escritora de décimas por excelencia. Para vos, maravilloso jardinero, cultivador de milagros, escritor de décimas:

La Jardinera