martes, 5 de febrero de 2013

Morirse de la risa


Nací con una cantidad de cosquillas que me pueden matar. De verdad, pueden acabarme.

Hoy un muchacho me dijo que un día haría una grabación de mis risas, para enviármela cada vez que estuviera triste.

-Te reís tanto... quién diría que en esa boquita pequeña caben tantas alegrías- me dijo.

Yo me morí de la verguenza y luego, sin querer, empecé a recordar una escena dolorosa muy dolorosa para mí y poco a poco el rostro me fue mutando.
 
Estábamos en la cama, en medio de una pelea de cosquillas. Solo nosotras 2: mamá y yo.
Ese día  intentó deshacerse de mí en 2 ocasiones.
Yo me reía y me reía y le pedía que por favor parara, a carcajada limpia le suplicaba que parara, Stop Ma, Cortis, En serio, me voy a morir.
Y seguía el ataque, no fue hasta que de la risa pasé al llanto silencioso, ya sin ruido, que se calmó.
Duré mucho rato para recuperar el sonido, fue como si la vida se me escapara en una de tantas carcajadas.
Mamá se asustó, pero yo lo estaba más que ella. Me pidió perdón, muchas veces, me dijo que no volvería a hacerlo y me enseñó la forma más dulce de hacerle cariño a alguien: comenzó a hacerme cosquillas con las pestañas. Yo poco a poco me fui reponiendo y aprendiendo para siempre ese modo práctico y delicado de querer.

Desde entonces, cuando quiero alegrar a alguien, repito la acción que me salvó la vida aquella vez.


No hay comentarios:

Publicar un comentario