jueves, 8 de agosto de 2013

Quien fue papá tenía cuatro cosas que amarle.

1.  Su habilidad para peinar: colitas altas, trenzas de pescado, dos moños tilintes, diademas de pelo. Aprendió a hacer crepé en el tiempo del boom de los copetes.

2. Sabía la medida justa de leche para que el fresco de crema supiera a milagro.

3. Hacer el huevo frito con la yema entera, suave pero cocinada.

Finalmente, lo que yo interpretaba como su mayor muestra de respeto hacia mí: sabía que a mi pan no había que tocarlo con el cuchillo que se había embarrado la mantequilla. Con él mi desayuno siempre estuvo a salvo.

Esos son los únicos recuerdos buenos que conservo.

Hoy está de cumpleaños y una cuarta parte de su vida la ha llevado sin que yo lo nombre.

Dejó de ser mi padre justo cuando la cabecita que el peinaba comenzó a analizar sus garrafales errores como una adulta y no accedió a justificarlo.

Tenía 10 años cuando me dejó huérfana. "No me volvás a llamar padre en tu puta vida, a partir de hoy ya no soy más tu papá!". Yo, que nunca le hice caso a una sola de sus demandas de viejo borracho, esta vez le obedecí.

Nunca hablo de él, ya no por conservar la orden, sino porque fue ese tipo de despedida que tiempo después, una vez superado el vacío de la ausencia, una agradece.

Hoy quien fue papá está de cumpleaños, y yo quisiera saber que se siente cumplir 20 años de ser un papá sin hija por voluntad propia.

1 comentario: